jueves, 4 de febrero de 2010

Abundancia de cielo

“De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia de cielo”, comienza diciendo Saer en El Entenado. Spinetta tituló “Los niños que escriben en el cielo”, uno de sus discos. Los navegantes, los trasnochados, los campesinos, los turistas y los niños, todos los que alguna vez estuvieron solos, miraron para arriba y se maravillaron con las formas del cielo. Quizá el atractivo radique en que cada uno es único e irrepetible. “Las aves marcan el camino de los que constantemente miran para arriba”, dijo el poeta Garcilazo Gandolfo.

Lejos del slogan turístico, muchas personas aseguran que el cielo debajo del que nacieron tiene algo de particular. Quien alguna vez los haya mirado sabrá que no es simple chauvinismo. Nuestro cielo es distinto. En color o en blanco y negro, azul, amarillo o gris, nublado o vacío, también hay un cielo nicoleño.















viernes, 29 de enero de 2010

Las cuatro estaciones de El Pecan

San Nicolás, ciudad litoraleña, comparte con sus pares del Paraná un grupo de árboles autóctonos. El Tala, aunque para verlo hay que meterse en la barranca y escasean en las plazas, fue designado, vaya a saber por quien, el típico árbol nicoleño. Decir nicoleño viene mucho mejor que decir nicolense (que suena más a ramallense, ya que ellos no podrían nunca hacerse llamar ramalleños, debido a razones cacofónicas obvias) o que sannicolense o sannicoleño (a pesar que algunos puristas han querido imponer ese gentilicio, olvidándose que la estética no siempre se lleva bien con la precisión).
También el Sauce es un árbol típico de esta costa. Más el llorón que el eléctrico, ya que aquel acaricia el Yaguarón como ninguno.
Pero también el Pecan podría ser un emblema local. Es pariente del Nogal, pero con gustos muy distintos. Al Nogal le gusta el clima seco. Al Pecan, que el agua le moje los tobillos. Por eso crece muy bien en el delta, donde los troncos permanecen meses bajo el agua. También los frutos son diferentes. Quien tenga más de cinco navidades sabe como sabe una nuez. El fruto del Pecan, que también se llama nuez, tiene un sabor más sutil, más astringente, y su textura es más delicada.
El que planté en casa hace tres años me lo regaló Nazareno Bruschi, el viverista más carismático de San Nicolás. Tiene su vivero en La Emilia y hace del cultivo una filosofía. Me lo trajo de San Pedro. Y ahí está el árbol, altísimo, esbelto, en un patio demasiado chico para que desarrolle su gigantesco potencial, casi una maceta para él. Pero ahí va a estar, hasta que aguante.
Lo conocí a través de Carlos Ponte. Que tiene cuarento plantas en su campo de General Rojo, donde alguna vez tuvieron las ciento diez hectáreas de viñedo. Carlos y Nazareno integran conmigo la Asociación del Vino Nicoleño y en asados interminables hicieron de cupido entre el Pecan y yo.
Carlos es un cultor del Pecan. Sus árboles dan una fruta más chica que el mío, pero mucho más apta para preparar una receta deliciosa, que no probé en ningún otro lado, y que bien podría constituirse también, junto a la Boga con torrontes, en un plato típicamente nicoleño. Es la Pecan confitada. Las hace él. Después de haberla visto en algún lugar del norte argentino, y mejorar la receta, como hace siempre. Construyó una maquinita para romper la cáscara sin dañar el fruto, que después baña con glasé real y, a través de un procedimiento muy sencillo, pero muy tedioso, y que no me está dado develar, la seca, sin que se note, la costura. Hace dos años viajamos juntos a la Fiesta de la nuez Pecan que todo los años se hace en Zárate y doy fe que Carlos sorprendió a los más baquianos con su nuez confitada y, con sus noventa años, dio cátedra a los más duchos.
En la ciudad entrerriana de Colón se cultiva mucho el árbol. Una finca, donde llama la atención lo bajito que los plantan, ofrece al turismo una picada de Pecan. En escabeche, a la provenzal, con queso, también confitado, pero ninguna de estas variaciones emparda a la nuez de Carlos.
Mi árbol es muy generoso, dio frutas el año pasado, con solo dos años de vida, lo cual significó un esfuerzo enorme. Todavía estoy comiendo esas frutas, que bien conservadas, aguantan mucho tiempo. Este año está muy cargado y la cosecha pinta linda.
Mi árbol es muy fotogénico y a mi me place mucho retratarlo. Es tan pintón en invierno como en verano y le queda muy bien tanto el azul como el blanco incandescente. Dicen que va a llegar a los treinta metros, que me va a levantar el piso con las raíces. Yo no creo. Algo me dice que el tipo ya se encariño con el patio y que quiere que también le confiten la fruta, si es que alguna vez logro develar el secreto de la nuez de Don Carlos.







domingo, 24 de enero de 2010

Luna de Erézcano

Fuimos, invitados por Acuerdo Ambiental, a una parrillada astronómica en la antigüa Escuela rural Nª 21, donde actualmente funciona el Centro de educación física Nª 19, distante a 9 kilómetros desde la ruta 188 hacia el arroyo Ramallo. Vimos tres lunas de Júpiter y la luna nuestra. Con mi camarita digital logré sacar estas fotos del queso lunar tal cual se mostraba en el cielo rural.



sábado, 2 de enero de 2010

Navidad en Sacanta

Esto comienza en San Nicolás, días antes de la Navidad. El motivo era pasar el 25 de diciembre lejos de la melancolía y más cerca de unos familiares a los que no vemos casi nunca porque viven a 400 kilómetros de distancia, en Sacanta, un pueblito chiquito, en la provincia de Córdoba. Allí viven mis primos y sus hijos. Todos de parte de mi madre.
Nos alejamos de San Nicolás, una ciudad que ya no es la misma, que a fuerza de desocupación, en los 90, se volvió más agresiva, más ruidosa, más dificil. Ibamos al pueblito buscando la tranquilidad que en San Nicolás solo los baqueanos podemos encontrar, pero que no está en el andar cotidiano.
A pesar que ya habíamos hecho el camino otras veces, igual consulté el Ruta 0 para imprimir la ruta y el Google Earth para comprobar hasta que punto los sacatenses estaban interesados en subir sus fotos. Y ahí apareció el segundo motivo de este viaje. No hay fotos de Sacanta en el G.E. Así que las que sacaramos estarían destinadas a ser subidas, y, evidentemente, marcada por esa intención. Querer contagiar las sensaciones que esas imágenes nos trasmitieron, o despertar la sorpresa sobre las intenciones o la autoría de los post. Digo la verdad: todavía no entiendo cabalmente porque alguien sube fotos o escribe estos textos en internet. Quizá solo se trate de esa incertidumbre.

Sacanta tiene de Córdoba la tonada, aunque mezclada con un poco de santafesino y pampeano. Las calles que no están pavimentadas son de una arenisca que las protege del barro. Conserva todos los tics de los pueblos: los chicos dejan las bicicletas desprotegidas en las veredas, la gente toma fresco a la noche
frente a sus casas, los vecinos saludan, automáticamante, incluso a los forasteros, las calles tienen una anchura desmesurada y casi siempre están desiertas de vehículos. Una mirada superficial, como siempre el turista ve, vería armonía, vecindad y placidez. Sin embargo, después, nos enteraríamos que los chicos cazaron los patos y las nutrias de la lagunita o que un loco mató a su madre de un hachazo. Pero recién el pueblo mostraría eso al final de la estadía, por lo que, por ahora, todavía nos llaman más la atención las construcciones, desmesuradamente agrícolo ganaderas.