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lunes, 16 de septiembre de 2019

Formatos

Colección de libros García Ferré. Joyas de la literatura universal. Tamaño 8 x 6 cm. Venían con la revista Anteojito. 

Hace un tiempo que me ronda la idea de deshacerme de los libros de mi biblioteca. Me ocupan espacio y ya casi no leo en papel. El lector en papel está en retirada y encima los libros digitales cuesta varias veces menos que los analógicos y además es muy fácil encontrarlos gratis en Internet. Soy parte del 50% de los lectores que prefieren la pantalla al papel. Sin embargo el objeto libro conserva aun esa magia de poder tocarlos y verlos descansar alli, en los estantes. Me puse a contarlos y rápidamente sumé doscientos cincuenta. No son muchos, teniendo en cuenta que son los libros de toda mi larga vida. No me desprendería de todos. Solo de aquellos que compré por curiosidad y después no me gustaron, o los que compré para tener completas algunas colecciones o que me regalaron o que están ahí porque decidieron quedarse. Me desprendería de aquellos con los que no tengo ningún apego. Lo haría para sentir que cierro una etapa, que decididamente me siento cómodo con el formato digital y también para desocupar espacio en los estantes de mis repisas. También para no verlos más, porque cuando los veo siento por ellos una angustia de geriátrico. No me desprendería jamás de los libros de Salgari o Julio Verne que mi padre me regaló a los diez años porque estuve varias semanas sin poder moverme mucho por un post operatorio. Tampoco de la colección de mini libros que venían todos los jueves con la revista Anteojito. Ni de los libros de Borges, Onetti, Saer, Piglia y muchos otros más. Ni tampoco de los libros sobre música de la editorial Caja Negra y de muchos otros, pero que no suman más de cien.
Estuve pensando de que manera podría deshacerme de ellos. Pensé en tirarlos, organizar un ritual con cierto contenido conceptual para quemarlos, canjearlos en una librería de usados, donarlos a una biblioteca, utilizarlos como regalos de cumpleaños, ponerlos a la venta en una feria de usados (tengo la fantasía de ocupar un tablón en una feria de libros usados y utilizar los libros como excusa para vincularme con la gente), utilizarlos como decoración en algún próximo emprendimiento (un bar cultural o algo así) o simplemente venderlos por Internet. Esta última opción me seduce, sobre todo porque me permitiría vivir la experiencia de iniciarme en el e-comerce. Así que me puse a investigar acerca de un libro en Mercado Libre. Tomé uno al azar. "El Testigo", de Juan Villoro. Antes de buscarlo la web intenté releerlo (en realidad a leerlo, porque desde que lo compré, hace más de diez años, empecé a leerlo varias veces) y no me gustó. El que yo tengo es de la colección que salió en Página 12. En Mercado libre el precio varía desde  137 a 722 pesos y llega a costar 2594 pesos uno nuevo original de Anagrama. Por qué alguien compraría a ese precio un libro que otra persona ofrece diez veces más barato ya es una incógnita digna de indagar. Pero bueno, saqué la cuenta que si vendiera ciento cincuenta libros a 100 pesos cada uno podría juntar quince mil. Podría comprar muchas cosas con ese dinero. Pero no estoy seguro de poder convivir con la ansiedad de haberme desprendido de un objeto que en el futuro podría haber necesitado. Recurro a mis amigos y pienso qué haría cada uno de ellos en mi situación y trato de obtener una enseñanza de eso y la única que obtengo es que yo no soy ninguno de ellos y tengo que tomar mis propias decisiones. Me cuesta. Creo que los libros seguirán allí un largo tiempo más.

jueves, 7 de marzo de 2013

Caminando solo


Siento lo mismo que Aira. Leí Rayuela en mi juventud y sentí la potencia descomunal de estar frente a las palabras y los personajes que me acompañarían de por vida. El impacto fue tal que me acercaba a las personas por los rasgos  que tenían en común con los personajes de la antinovela. Pero, por aquel entonces mi relación con el mundo era mínima, no pasaba de amigos del barrio, del colegio, los umbrales del rock y el deslumbramiento por las vanguardias. Pero, a medida que el mundo se me fue incorporando, las aventuras de La Maga, Oliveira, Ronald, Moreli, se fueron evaporando, cual gotas de agua de lluvia, que impactan fuerte cuando caen, pero la luz del sol las desvanece. Otros autores, entre ellos Aira, fueron desvaneciendo a Cortazar y hoy no puedo leerlo o solo lo leo con simpatía, que es lo peor que puede sentirse por un autor. Una lástima, porque es tan azaroso encontrar artistas que te acompañan toda la vida, como Borges, que la felicidad de haberlos encontrado es tan potente como el vacío que te dejan cuando te das cuenta que no eran para vos. Ahora entiendo lo acertado del título del libro: Rayuela, un juego que se juega de niños. Creí que con Cortazar íbamos a caminar toda la vida juntos, pero se fue caminando solo.