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miércoles, 21 de mayo de 2014

Escrito en el cielo.

El fin de semana falleció Alfredo Omar Busch. Fue reconocido en vida como uno de los grandes poetas de la ciudad. Mario Verandi, su gran amigo, lo recordó en una charla que tuvimos en una lluviosa mañana en su casa de calle Las Heras.




Decía Mario: Es difícil hacer una semblanza verídica y total sobre Alfredo Omar Busch. Su muerte es un duelo para la cultura nicoleña, no solamente para la literatura. Su obra trascendía la literatura. Era una persona muy reservada, de muy bajo perfil, pero que cuando se ponía a escribir era enjundioso, de modo que es menester situarlo en un panorama total nicoleño como uno de los grandes escritores de la región. Su obra ha sido conocida, criticada y muchísimas veces galardonas y ensalzadas por algunos grandes poetas. Uno de los casos fue Neruda, que se carteaba con él y vertió conceptos muy laudatorios sobre la obra de Busch. Yo lo conocí desde muy joven. Los dos éramos casi adolescentes. Él sobre todo que era menor que yo seis o siete años. Yo tendría veinticuatro y el diecinueve cuando fuimos convocados para sumarnos a la pléyade de poetas que integraban el Grupo Arroyo del Medio. Nosotros realmente vinimos a prácticamente a “destrozar” al grupo, porque éramos la voz nueva una voz que tría nuevos sones, nuevas maneras de versificar, nuevos objetivos, que además del paisaje metían al hombre dentro del paisaje. En especial Busch se dedicó a rastrear en los orígenes primitivos aborígenes, con todas sus fabulaciones, sus mitos. De modo que toda la obra de Busch estuvo enderezada a ensalzar los orígenes de la región. Muchos de sus poemas tiene esos contenidos, la prueba lo remiten los títulos de las obras: El gran testimonio, El libro de los amuletos, las últimas obras de él en libros, porque él tenía una producción inédita cuantiosa. Porque no solamente era poeta sino que escribía algo así como ensayos, es decir, buceaba en los entretelones de los textos y sacaba conclusiones muchas veces admirables. Por eso es lamentable su deceso, pero bueno, es lo que el tiempo instaura en todos nosotros. Pero a él no lo puede destruir la muerte. Nosotros lamentamos su partida porque lo extrañaremos como persona, como amigo, como hombre de bien, pero lógicamente lo que ha sobrevivido es la palabra y la palabra de él continuara siendo leída porque somos conscientes que tanto él como yo, como integrantes de ese grupo mítico, que se llamo Grupo Arroyo del Medio, trajimos un nuevo incentivo para los poetas que nos siguieron. La generación que nos seguía a nosotros ha tomado gran parte de esa obra como estandarte para el cambio, que es lo normal, lo común en todas las artes del mundo. Las generaciones se van sucediendo y se van sucediendo otros modos de decir lo mismo, pero de otra manera.

Ese cambio se plasmó en un libro muy emblemático y muy recordado que fue Doce Poemas. ¿Cómo fue la génesis de ese libro?

Cuando nosotros nos integramos al grupo llevábamos una voz nueva que no se interesaba solamente por el paisaje. No queríamos decir frases admirativas sobre el paisaje. No queríamos comentar la naturaleza. Lo que queríamos era que la naturaleza hablara por sí misma. Y el hombre metido dentro de esa naturaleza era nuestro objetivo. Nosotros en San Nicolás lo que hicimos fue acompañar la evolución social y política del país. San Nicolás cambió. Después de ser una ciudad dormida, lugareña, provincial, se convirtió en una ciudad industrial con la instalación de las fábricas y nosotros acompañamos esa instalación cantándole al hombre, al obrero, al peón, al pobre, al marginado, es decir al hombre en su totalidad, al hombre nicoleño. Entonces de alguna manera eso significó un cambio radical respecto a la generación anterior, de la cual nosotros nos alimentábamos. De alguna manera nosotros tomamos como ejemplo sus vidas literarias, su manera de enfrentarse al paisaje, bebimos de esa raigambre, de esa producción. Pero lógicamente como era otra generación con otros incentivos, otros propósitos, con otras edades, asumimos el riesgo que asumen todos los trapecistas que es hacer la prueba sin la red. Todo eso se plasmó en el libro Doce poemas. Y le robamos la joya que tenía el grupo que era Cesar Bustos, un enorme poeta. Lo único que unía a los doce poemas era un aroma  común, una manera de hablar del hombre.

¿Cómo fue recibido en el ambiente literario nicoleño? ¿Tuvo algún impacto fuerte, o fue reconocido, como lo es ahora, mucho tiempo después?


Si, tuvo un impacto. Pero curiosamente los que más defendieron y mejor hablaron de los poemas fueron los poetas de la generación anterior. Urquiaga, Del Pozo, Lencina. Todo ellos nos apoyaban. Ellos sabían que estábamos haciendo una poesía diferente a la de ellos, pero era poesía, era literatura y la apoyaban con fervor. En especial Del Pozo que era el líder del grupo, el que aunaba todas las voluntades. 


jueves, 25 de octubre de 2012

Recita Mario Verandi



Una definición de poesía que dice todo lo que hubiera querido decir. Fue publicado en el suplemento Señales, que dirige Osvaldo Aguirre, en el diario La Capital de Rosario

El más arduo de los oficios
Por Rubén Sevlever
I
No me creo capaz de poder definir qué es la poesía —más allá de la preceptiva y de las definiciones de la ciencia literaria. En un sentido profundo, la siento como algo indefinible. Pienso que la poesía se va develando a través de la lectura, de la vivencia despertada por la lectura de sus propios textos. Que Ella es como el sueño, que siempre oculta un significado latente más hondo que su representación manifiesta y requiere otra metodología para transmitir sus contenidos libres, como las formas de la naturaleza. La verdadera poesía es críptica, no agota las apetencias de nuestra razón, ni se explicita a través del discurso. De lo contrario sería mera prosa, prosa corriente.
En cuanto a la posible definición de "mi poesía", de "mi propia escritura", me siento como alguien que intenta detener el curso de un río y congelarlo en una sola imagen estática. El río sigue siendo río, en una realidad dinámica y polifacética, y por lo tanto, inasible desde cualquier punto de vista fijo. La poesía, en su fluyente presencia, "es" y desborda todo intento puramente intelectual para captarla. Aunque ella también sea un medio de conocimiento. La poesía se da a través de objetos estéticos —formados por palabras— que, como tales, son insustituibles, y que muchas veces producen la mudez temporaria del razonamiento. En una forma de comunicación más directa, recurre a un lenguaje "presentativo" (como lo designa Susan Langer), comparable en gran medida al de la música o la pintura, o al gesto de la danza, que son formas más puras de utilizar este lenguaje. Se manifiesta a través del ritmo, la imagen, la transposición, la paradoja y los contenidos afectivos de las palabras, más que por sus contenidos literales. Por medio de la sugerencia, la comparación, la metáfora, se aleja de toda conceptualización. Se traduce en emociones inmediatas. Rescata la sonoridad arcaica de las palabras, sus resonancias más recónditas e inesperadas. Es una "dinámica de lo impensado" y un intento de manifestar lo espontáneo a través de la síntesis (por lo menos en lo que refiere a nuestra poesía contemporánea y occidental, llamada "culta", nuestra poesía lírica, que corresponde al hacer del homo ludens, y a su libre elección creadora).
II
Mucho se ha hablado acerca de la poesía, de la poesía como expresión, como símbolo, como objeto, de la poesía como dinámica del inconsciente, como revelación, como magia y alquimia del verbo, como juego inconsciente, como forma original de descubrir la realidad, como sueño dentro de la vigilia, como exorcismo y misterio; mucho se ha hablado de sus modos de manifestación, de su estructura sonora, de su articulación sintáctica, etc., pero poco es lo que se sabe de ella, de su "esencia", de su "ser", de sus "orígenes", poco es lo que se sabe de ella, porque está entroncada con las raíces primigenias del lenguaje, casi con el gesto, diría, más primitivo, con la génesis y el punto de partida de nuestra historia, con el inicio del diálogo. Ya que la poesía se asienta en los estratos más profundos de la comunicación humana.
III
No sé si he llegado a la poesía, si el hecho de hacer poesía significa que he llegado al "todo" que ella implica o a alguna de sus partes, o si —llegando a través del poema— ella me abandona y queda sólo el poema, el rastro de su presencia momentánea, la huella de su "estar", el vestigio de su extraordinaria vigencia. Ya que la poesía señala un "estado", un clima peculiar del "ser" poético.
Desde un punto de vista puramente racional, esta poesía no existe, existen los poemas, ella es un nombre, designa el género donde estos se reconocen, se identifican como productos de un "hacer". La poesía sería entonces una abstracción, un cómodo denominador común que abarca todos los reales y posibles fenómenos que la anuncian y la corporizan. O bien, puede ser concebida desde el mito como un espacio inaprensible donde el destino del hombre deja inscripto el testimonio de su paso por la existencia, la impronta de su sensibilidad estética, la materia residual de su dolor o su exaltación frente a lo creado. La clave del más arduo de los oficios: intentar dar con las palabras un reflejo veraz de sí mismo. Por eso puede llegar a ser la historia de un perenne fracaso, o de una ilusión imposible.
(de Poemas elegidos y otros escritos)