sábado, 24 de mayo de 2014

Salir a buscarse


Laura Lazzarino (San Nicolás de los Arroyos) y Juan Pablo Villarino (Mar del Plata) decidieron recorrer juntos el mundo a dedo. Antes, cada uno los había hecho por separado. Pero el amor (por los viajes, la escritura y por ellos mismos) los unió en un viaje, que como todos siempre es iniciático. Se conocieron en una historia de amor que los juntó en Salta, cuando Juan Pablo decidió bajar desde Bolivia (desde donde iba al norte) para conocer a esa chica que le escribía en su blog. Se enamoraron y siguieron camino juntos. Recorrieron treinta y seis mil kilómetros a dedo, desde la Antártida hasta las Guayanas. Vivieron cientos de historias que dejaron impresas en el libro Caminos Invisibles que vendieron solo por Internet. Están considerados como los mochileros más famosos de la Argentina. Cada uno tiene un blog (los viajes de nena) y (acróbata del camino ) y desde allí y de Facebook lograron agotar una edición de 2000 ejemplares. Llevan consigo un proyecto educativo y la intensión de demostrar la hospitalidad de la gente del mundo.  Ahora viven en San Nicolás de los Arroyos, donde estuvieron el último año y medio escribiendo el libro y desde donde planificaron el viaje que están haciendo a Europa y Oriente.


Juan Pablo: El libro relata un viaje de un año y medio que realizamos por toda Sudamérica. Logramos llegar a la Antártida. Llegamos a Ushuaia sin contactos, empezamos a preguntar y terminamos abordando un crucero que iba a la Antártida y en el mismo viaje estuvimos en el amazonas de Ecuador, conviviendo con una comunidad Shuar que son los antiguos reductores de cabezas que aun usan cerbatana y salen a pescar su almuerzo.  Un viaje de treinta y seis mil kilómetros. El libro, en menos de tres meses está en su segunda edición. Nosotros estuvimos este último año y medio en San Nicolás, sin viajar, escribiendo el libro y la difusión a través de las redes sociales y la prensa fue enorme. Tampoco hay muchos libros de viajes escritos en primera persona por argentinos de esta época, para no remontarnos a los viajes del Perito Moreno, no hay mucho, entonces la bienvenida fue muy buena. Es un libro que manejamos independientemente en nuestro Facebook en nuestra página web, no es un libro que se encuentre en librerías y eso hace que la gente lo busque más.

Viajar es salir a buscarse. Es irse bien lejos afuera para llegar bien adentro. Si no es turismo. El sedentario que transita todos los días los mismos lugares, que ve el mismo tejado, el mismo árbol, el mismo adoquín, es probable que se tope siempre con los mismos pensamientos. Salvo que mire el rio, ese otro viajero que de tanto irse nunca es el mismo. Pero además Laura y Juan Pablo viajan con un sentido literario, viajan para escribir, salen a cazar historias que editan en libros, que venden y que les permiten seguir viajando. Por eso sus recorridos van por caminos laterales donde yace una verdad que no figura en las guías turísticas. Entonces, para Laura y Juan Pablo viajar no es solo un desplazamiento, es un ritual que verifica ciertas verdades ocultadas por sobreactuaciones periodísticas. 
Le cuento a Laura que quiero comenzar la nota con la frase: “Viajar es salir a buscarse” para saber si eso define su idea del viaje.

L: No es sencillo para mí explicar lo que hago. Muchas veces me preguntan “¿y vos a qué te dedicas?” y tenés que empezar a dar una explicaciones.  Porque nosotros lo que hacemos es bastante diferente, bastante under, y cuando yo digo “me dedico a viajar”, la gente inmediatamente te pregunta “¿y de qué vivís?”. Y más de una vez me preguntaron “pero, ¿de qué te escapás?”. Y a mi esa frase siempre me quedó dando vueltas porque no sé si uno se está escapando de algo, no sé si uno se está buscando a sí mismo, no sé si el viaje te da todas esas respuestas, porque la mochila que cargues la vas a cargar acá, en el viaje, y en cualquier lado. Yo creo más bien que el viaje lo que te permite, más que conocerte a vos mismo, conocer a dónde estás, conocer alrededor, lo que pasa fuera de tu zona de confort, de tu micromundo, la rutina, es romper con ese esquema y salir a ver lo que hay afuera y eso definitivamente te cambia

Claro, porque tu vida no siempre fue el viaje. Antes tuviste una vida más ortodoxa. ¿Cómo era tu vida antes y como decidiste cambiarla por el viajar?

L: El Viaje estuvo en mí siempre. Yo no te puedo decir en qué momento se me disparó la curiosidad. Lo que pasa es que cuando vos terminás la escuela y tenés que decidir qué vas a estudiar me decidís por algo que me hiciera viajar, porque como te digo la curiosidad estaba, pero no es tampoco tan sencillo arrancar. Entonces terminé el colegio, estudié turismo y tuve una vida “normal”, una vida sedentaria. Soy Licenciada en turismo, trabajé como agente de viajes cinco o seis años en los que no viajé  porque en realidad uno trabaja para que otros viajen. Pero bueno eso me sirvió mucho como una preparación en la vida, porque me sirvió para independizarme y para afianzar esto que yo quería que era dedicarme a viajar.

¿Cómo decidiste dejar esa actividad para comenzar a viajar?

L: Los primeros viajes estuvieron insertados dentro de esa vida normal. Primero junté vacaciones, con feriados, con Semana Santa e hice mi primer viaje a los veintidos años con destino a Machu Pichu que es como la primera Meca del mochilero. Me fui sola, lo cual fue para mi un primer paso y un gran descubrimiento, porque era la primera traba con la que yo me encontraba. Imaginate, siendo mujer decir que me quiero ir sola a Bolivia y a Perú, mi familia casi se muere, todo el mundo me decía que me iba a pasar de todo, pero tuve una experiencia excelente. Volví, seguí trabajando, al año siguiente me pedí tres meses sin goce de sueldo, me fui a México y también sola viajé de México a Panamá. Cuando volví de eso estaba en una situación medio difícil la Agencia, pedí licencia, me dijeron que si y me fui a la India. Cuando volví fue ahí que hice el clic y dije “quiero hacer esto”, no sé cómo. En ese momento el esquema era: trabajo- ahorro- me voy de viaje. Después de todos esos viajes fue que yo lo conocí a Juan, que compré su libro, que decidimos seguir viajando juntos, yo decidí abandonarlo todo pero ya tenía una experiencia previa de que era lo que yo quería.

¿Esos ya eran viajes a dedo?

L: No. Yo comencé a viajar a dedo cuando lo conocí a Juan. Pero tampoco eran viajes como los que yo vendía en la Agencia. No compré ni compraría nunca un paquete turístico con todo organizado. Eran viajes bastante libres en el sentido de que me compraba un pasaje de avión de ida y vuelta, armaba un itinerario. Siempre me gustó estudiar mucho antes de viajar para saber que esperar del país que yo iba a visitar o lo que yo quería ver.  Me iba con un presupuesto fijo por día que iba variando según mi situación económica y con ese presupuesto yo llegaba allá, compraba un pasaje en colectivo, buscaba un hotel económico. Siempre iba con mochila.

¿Qué diferencia hay entre ese tipo de viaje y el turístico?

L: El paquete turístico es una solución excelente para la persona que tiene un tiempo muy acotado y quiere hacer lo más que se puede. Yo lo respeto mucho desde ese sentido. Entiendo que una pareja, una familia, una persona mayor no se va a ir a ver con que se encuentra. En el caso nuestro, de la gente que viaja con más  tiempo, la diferencia está en la flexibilidad.
¿Cuándo haces turismo tradicional conocés el lugar donde vas o solamente lo ves?
L: Yo no creo que tenga que ver con el formato. Hay una guerrilla muy fuerte entre el turista y el viajero y no sé si banco tanto eso, porque tiene más que ver con la personalidad de cada uno. Yo conozco gente que va en viaje de turismo y aprende muchísimo porque se prepara, estudia, pregunta, y conozco gente que viaja de mochilero y que pasa por un país y no tiene la más mínima idea de lo que le está pasando al lado. Vi viajeros que estuvieron en Nicaragua y no fueron al Museo de la Guerrilla o no hablaron con la gente y ni siquiera sabían que hubo guerrilla.

¿Y como es viajar de mochilero?  Me imagino que no solo es trasladarse sino también ser protagonista del viaje.

L: No son unas vacaciones. Es un estilo de vida. No es que estamos todo el día panza para arriba con el daiquiri en la mano mirando la playa. Tenés momentos muy buenos y después tenés una rutina muy lógica que se va creando. Tenés que tomar decisiones todo el tiempo: dónde vamos a dormir, qué vamos a comer, estar muy atento con cuestiones de visa, de salud. No es para todo el mundo, pero para la persona que tiene esa curiosidad y que lo disfruta es fantástico
J: Nosotros viajamos a dedo no porque no tengamos el dinero para el colectivo sino porque es la manera que descubrimos en que podemos ir conociendo más personajes locales de cada país. Además es más entretenido. Uno sale del mito de que te va a levantar alguien con un hacha y te va a matar. Después uno se encuentra con que la inmensa mayoría de la humanidad es hospitalaria y empezás a conocer gente fantástica y cuando te empiezan a ayudar de esa manera se vuelve adictivo. Ya hoy día no nos planteamos viajar de otra manera. Además lo que nuestros libros buscan reflejar es la hospitalidad que hay en el mundo, por eso el tema de viajar a dedo no lo cambiamos por ningunas millas aéreas.

Hay que tener un poco de paciencia.

J: En general no esperamos más de media hora. Me animaría a decir que el tiempo de espera normal para una pareja es de quince minutos. Te puedo nombrar un extremo: en el Tíbet, donde pasa un  camión cada tres horas, podés estar catorce horas, pero por lo general en media hora salimos en un auto que pasa. Muy distinto de lo que la gente puede pensar.

Me llamo la atención que hay como una especie de comunidad de personas que viajan a dedo.

J: En Europa hay clubes de gente organizada que se dedica a viajar a dedo como deporte. También en Estados Unidos y en Argentina hay comunidades organizadas a través de Internet, de las que hemos sido parte desde el inicio, que profesan el viaje a dedo como estilo de viaje.

¿Cómo se sustentan económicamente en los viajes largos?

L: Nosotros tenemos la suerte de poder vivir gracias a las palabras. Vivimos de nuestros libros. Hoy por hoy si bien tenemos varios sustentos, porque tenemos una página web y escribimos para algunas revistas, el sustento principal es el libro. Vendemos los libros desde la página web y desde donde vamos contando partes del viaje. En el viaje por Sudamérica, que es el que se cuenta en el libro Caminos invisibles, vendíamos también libros pero no los teníamos editados, así que hacíamos uno libritos muy chiquitos que vendíamos en bares, en la playa y en todos los lugares que se nos ofrecíamos mientras íbamos viajando y también vendíamos fotos postales.

¿Escribían antes de ser viajeros?

L: Si. Juan escribe desde muy chico y yo también. Tal vez la diferencia es que yo escribía más para mí antes. Pero me animé a mostrar después de mi segundo viaje, más que todo porque había muchas chicas que se encontraban en la misma situación que yo, que querían viajar y no se animaban y que habían pasado por situaciones similares. Entonces el blog me permitió compartir con estas personas  la que había sido mi primera experiencia y ese fue mi primer paso.

En ustedes el viaje no está disociado nunca de la escritura.

L: No, en absoluto

¿Es viajar para escribir o escribir para viajar?

L: Nosotros viajamos para escribir. Si bien no está disociado porque voy a las sierras de Córdoba en plan familiar y yo estoy pensando que puedo escribir de esto. Pero lo primero es el viaje. Si no existiera el blog, si no existiera Internet viajaríamos igual. Es un disparador de ideas. No podría escribir novelas, no podría escribir ficción, no podría escribir detrás de un escritorio sin salir a la calle.

Es muy visible como el uso de la tecnología de comunicación vía Internet les facilita el plan de viaje.

L: Nosotros tenemos una ventaja y es que somos de la generación que nació sin Internet. No tenemos un abuso. Se apaga la computadora y tenemos otros recursos con que planificar el viaje y hacemos un mix entre guías, planisferios, atlas e Internet. Pero si, reconocemos que es una herramienta fundamental. Vivimos de Internet porque el libro no se comercializa en librerías. Lo vendemos a través de la web. Usamos mucho Couchsurfing que es una red de alojamiento gratuito, así que cuando vamos viajando nos alojamos en casa de familias gracias a Internet y usamos Facebook continuamente para programar el viaje, para contar el viaje, para contactarnos con gente, para comunicar, que de eso se trata.

 El libro solo se vende por Internet. ¿Es por una decisión de salir también ahí de los caminos habituales?

L: El libro nació gracias al blog, en el sentido de que si bien siempre tuvimos la idea de escribirlo antes de salir de viaje ya sabíamos que íbamos con la idea de viajar de esta manera. El hecho de hacer un libro independiente es muy costoso, es muy difícil porque vos sos todo: sos el escritor, el publicista, el distribuidor. Y cuando llegó el momento de llevarlo a la imprenta nos dimos cuenta que el gasto era muy grande. Entonces lanzamos una preventa a través del Facebook. Necesitábamos cuatrocientos lectores comprometidos que confiaran en nuestra palabra y quisieran comprar el libro por anticipado para cubrir los gastos. Nos encontramos con que en seis semanas habíamos vendido seiscientos libros, lo cual para nosotros fue impresionante porque fue solo a través de Facebook. Y a partir de ahí el libro empezó a crecer. Los lectores comenzaron a mandar fotos del libro desde Machu Pichu, desde Francia, desde Mar del Plata, porque era diciembre y todo el mundo salía de vacaciones y eso generó el boca en boca y el libro todavía se vende.

¿Qué tipo de lector es el que compra el libro, son viajeros o gente que le gusta la literatura?

Hay de todo. Tenemos lectores con los que ya somos amigos porque nos siguen desde el primer día. El que no viaja tiene su viajero dormido adentro. Pero la mayoría es gente que disfruta de esto y la mayoría de la gente fija que está siempre ahí, que nosotros ya conocemos, es gente que tiene la curiosidad. A veces es gente mayor que no ha tenido la posibilidad de viajar o gente que me dice “nací en la era equivocada, me tuve que casar tuve que tener hijos”. Pero en general es gente que disfruta mucho del viaje además del libro.

Ustedes escriben sobre las cosas que les pasan y tiene que elegir cuales son los temas sobre que escribir porque les pasaran muchas cosas más que las que están en el libro y además tienen que hacer un libro interesante que se pueda vender, es decir el horizonte comercial debe estar presente. En vista de estas necesidades ¿Cuál es su estrategia de escritura?

L: Para este libro nos propusimos relatar esto que nos estaba pasando de conocer las historias de la gente del camino, por eso el libro se llama Caminos invisibles, porque trata de un viaje por fuera de los circuitos turísticos, un viaje no tradicional por Sudamérica. Fuimos a Paraguay, fuimos a las Guyanas, fuimos a diferentes partes del Amazonas. Pero también nos propusimos contar mi cambio, como fue dejar una vida estable para dedicarme a viajar. Hubo mucha competencia de anécdotas, porque si hubiéramos contado todo el libro hubiera tenido setecientas páginas, pero sabíamos de antemano cuales era los episodios fuertes.

El libro plantea también una especie de filosofía del viaje y los viajeros, porque ironizan sobre viajeros que tuvieron de compañía, como el que no pude despegarse del cajero automático, el pseudo hippie.

L: No sé si es irónica. Contamos como fue ese encuentro con viajeros, con los que hemos compartido un tramo del viaje, desde artesanos, viajeros en auto. Si, tuvimos diferencias con esos viajeros y tratamos de contar todo
¿De qué manera la inseguridad es un obstáculo para viajar a dedo?

L: En los últimos años ¿cuántos episodios de inseguridad conociste relacionado con viajar a dedo? Son pocos. Por supuesto que la desconfianza existe. No es que te frena todo el mundo. Pero creo que hay más mito que realidad. Generalmente la gente que te frena es la que tiene algo especial. No te va a frenar alguien que no tenga ganas. Y en este viaje en que hicimos treinta y seis mil kilómetros exclusivamente viajando a dedo nos hemos subido a una infinidad de vehículos y solamente en uno tuvimos un momento fe. Siempre fue positivo y hasta mejor de lo que imaginábamos, porque la gente nos invitó a su casa, nos invitó a conocer su trabajo, nos presentaron a su familia, así que en definitiva para mi vale mucho la pena.
J: En Argentina la inseguridad a veces es lo que hace que sea un poco más lento viajar a dedo que en Perú o en Ecuador o en Colombia o Venezuela. También en países donde hay inseguridad más grave que la nuestra a veces es más difícil en Argentina. Por darte un ejemplo los países más rápidos donde estuve viajando a dedo fueron los de Medio Oriente, Siria, Jordania, Irán. Entonces hay que ponerse a pensar cómo influye la inseguridad mental en Argentina, que es real no es una alucinación de la gente, pero por ahí se ve magnificado por todo el fenómeno mediático. Pero la verdad es que se puede viajar a dedo. Hemos llegado a todas partes, a comunidades indígenas perdidas en medio de los andes hasta ciudades gigantes como Paris o Pekín. De hecho en 2005-2007 hice un viaje a dedo de veintisiete meses desde Irlanda a Tailandia, más de 30 países hechos exclusivamente a dedo.

En el libro hablan de la Línea del viaje, de cómo se arma un viaje, ¿Cómo es eso?


L: Este es nuestro estilo de vida pero también es nuestro trabajo porque de ahí vienen los libros, vienen las notas del blog, vienen las notas de las revistas, entonces no salimos al tun tun. Antes lo hacíamos, ahora no. Nos planteamos aprovechar el viaje de manera estratégica. En este viaje la Línea fue recorrer Sudamérica por los caminos invisibles, por los caminos menos visitados, salirnos de los mapas turísticos y ver que nos encontrábamos. Porque normalmente cuando planteas un viaje a Sudamérica es La Quiaca, Villazón, Uyuni, La Paz, Cuzco, Machu Pichu, Lima y Panamericana derecho. Ahora estamos planificando un viaje por Europa y Asia Central y la línea es el nomadismo. Queremos ir a conocer las tribus nómades que viven en Mongolia, en Tajikistan. Es un concepto, no tanto una línea como un dibujo, sino un concepto.



miércoles, 21 de mayo de 2014

Escrito en el cielo.

El fin de semana falleció Alfredo Omar Busch. Fue reconocido en vida como uno de los grandes poetas de la ciudad. Mario Verandi, su gran amigo, lo recordó en una charla que tuvimos en una lluviosa mañana en su casa de calle Las Heras.




Decía Mario: Es difícil hacer una semblanza verídica y total sobre Alfredo Omar Busch. Su muerte es un duelo para la cultura nicoleña, no solamente para la literatura. Su obra trascendía la literatura. Era una persona muy reservada, de muy bajo perfil, pero que cuando se ponía a escribir era enjundioso, de modo que es menester situarlo en un panorama total nicoleño como uno de los grandes escritores de la región. Su obra ha sido conocida, criticada y muchísimas veces galardonas y ensalzadas por algunos grandes poetas. Uno de los casos fue Neruda, que se carteaba con él y vertió conceptos muy laudatorios sobre la obra de Busch. Yo lo conocí desde muy joven. Los dos éramos casi adolescentes. Él sobre todo que era menor que yo seis o siete años. Yo tendría veinticuatro y el diecinueve cuando fuimos convocados para sumarnos a la pléyade de poetas que integraban el Grupo Arroyo del Medio. Nosotros realmente vinimos a prácticamente a “destrozar” al grupo, porque éramos la voz nueva una voz que tría nuevos sones, nuevas maneras de versificar, nuevos objetivos, que además del paisaje metían al hombre dentro del paisaje. En especial Busch se dedicó a rastrear en los orígenes primitivos aborígenes, con todas sus fabulaciones, sus mitos. De modo que toda la obra de Busch estuvo enderezada a ensalzar los orígenes de la región. Muchos de sus poemas tiene esos contenidos, la prueba lo remiten los títulos de las obras: El gran testimonio, El libro de los amuletos, las últimas obras de él en libros, porque él tenía una producción inédita cuantiosa. Porque no solamente era poeta sino que escribía algo así como ensayos, es decir, buceaba en los entretelones de los textos y sacaba conclusiones muchas veces admirables. Por eso es lamentable su deceso, pero bueno, es lo que el tiempo instaura en todos nosotros. Pero a él no lo puede destruir la muerte. Nosotros lamentamos su partida porque lo extrañaremos como persona, como amigo, como hombre de bien, pero lógicamente lo que ha sobrevivido es la palabra y la palabra de él continuara siendo leída porque somos conscientes que tanto él como yo, como integrantes de ese grupo mítico, que se llamo Grupo Arroyo del Medio, trajimos un nuevo incentivo para los poetas que nos siguieron. La generación que nos seguía a nosotros ha tomado gran parte de esa obra como estandarte para el cambio, que es lo normal, lo común en todas las artes del mundo. Las generaciones se van sucediendo y se van sucediendo otros modos de decir lo mismo, pero de otra manera.

Ese cambio se plasmó en un libro muy emblemático y muy recordado que fue Doce Poemas. ¿Cómo fue la génesis de ese libro?

Cuando nosotros nos integramos al grupo llevábamos una voz nueva que no se interesaba solamente por el paisaje. No queríamos decir frases admirativas sobre el paisaje. No queríamos comentar la naturaleza. Lo que queríamos era que la naturaleza hablara por sí misma. Y el hombre metido dentro de esa naturaleza era nuestro objetivo. Nosotros en San Nicolás lo que hicimos fue acompañar la evolución social y política del país. San Nicolás cambió. Después de ser una ciudad dormida, lugareña, provincial, se convirtió en una ciudad industrial con la instalación de las fábricas y nosotros acompañamos esa instalación cantándole al hombre, al obrero, al peón, al pobre, al marginado, es decir al hombre en su totalidad, al hombre nicoleño. Entonces de alguna manera eso significó un cambio radical respecto a la generación anterior, de la cual nosotros nos alimentábamos. De alguna manera nosotros tomamos como ejemplo sus vidas literarias, su manera de enfrentarse al paisaje, bebimos de esa raigambre, de esa producción. Pero lógicamente como era otra generación con otros incentivos, otros propósitos, con otras edades, asumimos el riesgo que asumen todos los trapecistas que es hacer la prueba sin la red. Todo eso se plasmó en el libro Doce poemas. Y le robamos la joya que tenía el grupo que era Cesar Bustos, un enorme poeta. Lo único que unía a los doce poemas era un aroma  común, una manera de hablar del hombre.

¿Cómo fue recibido en el ambiente literario nicoleño? ¿Tuvo algún impacto fuerte, o fue reconocido, como lo es ahora, mucho tiempo después?


Si, tuvo un impacto. Pero curiosamente los que más defendieron y mejor hablaron de los poemas fueron los poetas de la generación anterior. Urquiaga, Del Pozo, Lencina. Todo ellos nos apoyaban. Ellos sabían que estábamos haciendo una poesía diferente a la de ellos, pero era poesía, era literatura y la apoyaban con fervor. En especial Del Pozo que era el líder del grupo, el que aunaba todas las voluntades. 


martes, 13 de mayo de 2014

El inolvidable señor Brascó.


El domingo me llegó un mensaje de mi amigo Guillermo González, el mejor fotógrafo que conozco (lástima que no ejerce) sobre la muerte de Miguel Brascó. Ese mensaje fue revelador porque pude recordar un dato que desde hacía mucho tiempo se me había olvidado y era cómo había llegado a San Nicolás Gustavo Choren a escribir para la revista El Conocedor y para su blog acerca de la historia del Vino nicoleño. Recordé que me dijo Gustavo en aquel 2010: “Brascó me habló del tema”.
Por ese camino regresé a mis encuentros con Brascó con el que tuve varios contactos, casi todos felices. Casi lo conozco cuando estuvo por venir por primera vez a San Nicolás invitado por Luis Nuñez y Gabriel Martínez cuando eran los dueños de la vinoteca Dionisio. Luis y Gabriel son dos personas con un olfato muy fino para el vino y sus entornos y fueron los primeros que en la ciudad conectaron con todo el mundillo que se mueve alrededor del querer saber sobre esa “nueva” cosa que parece ser nuestro centenario vino argentino. Por aquel entonces Fernando Vidal Buzzi y Miguel Brascó eran los tops mediáticos del tema. Pero Brascó se había adaptado mejor para animar las degustaciones y había sacado hacía poco el Anuario que generosamente compartió con Fabricio Portelli, donde por primera vez catalogaba los vinos sin la intervención amigable de las bodegas. Según él, un gusto que quiso darse en vida. La Guía generó un pequeño escandalete nacional porque punteaba mejor a algunos vinos comunes que a los más caros y marketineros, basado en el principio de la relación precio calidad que hasta el día de hoy sigue siendo un buen parámetro al momento de la compra. Luis y Gabriel me regalaron la Guía y me invitaron a la cena donde disertaría Brascó, algo que yo aprecie mucho porque ambas cosas eran muy caras. Me invitaron porque hacía unos años yo había editado el libro El VinoNicoleño, que había sido recibido con cierto éxito y eso me había transformado en una especie de comodín de toda reunión vitivinícola.
La noche de la cena se levantó una devastadora tormenta y Brascó nunca llegó. Así que los asistentes nos quedamos con las ganas de vivir el primer aterrizaje del ídolo en nuestra pequeña ciudad. Al otro día Brascó se comunicó con Luis y Gabriel para disculparse por el faltazo. Les dijo que había tenido miedo a la tormenta y que, llegando a Zárate le pidió al remisero que lo traía que pegara la vuelta a Capital, pero que iba a publicar una nota en el diario excusándose por lo sucedido y que estaba a disposición para ir en el día que lo dispusieran al evento que lo invitaran. Y cumplió. Salió la disculpa en El Norte y llegó a San Nicolás a las pocas semanas. El encuentro fue en la vinoteca Dionisio. Allí Brascó se entregó amablemente a todas las preguntas, se sacó fotos, firmó libros, dibujó y por supuesto habló de vinos. Bah, no sobre vinos, sino sobre todas las cosas que rodean a los vinos, porque siempre sospeché que Brascó que sabía mucho de vinos, en realidad era un experto en hablar de vinos, es decir convertir en literatura algo que ya es bastante literario como las descripciones de colores, aromas y sabores. Le sirvieron una copa de algún Malbec que tuvo en la mano toda la noche y jamás probó. Solo lo olió y dijo: “Un Malbec”. Esa noche le dí mi libro, le explique un poco de la historia que había escrito y fantasié con la esperanza de que lo leyera o al menos lo hojeara en el viaje de vuelta. Semanas después le escribí un mail que nunca me contestó y ahí terminó la cosa.
Años después la familia Fabiano de la vinoteca Baco organizó el Salón de vinos de Alta Gama, un evento con los mejores vinos del país, hasta ahora insuperado en la ciudad y mucho mejor que muchos otros salones de Argentina. Los Fabiano hace treinta años que tienen vinoteca y conocen a todos los bodegueros y nadie se le anima a negarse a participar de un evento organizado por ellos. Allí también el invitado de lujo fue Brascó. La velada comenzó, el día anterior, con un almuerzo en Savelli (el restaurant que le dio una vuelta de tuerca a la carta nicoleña y el primero en tener una enorme cava de vinos refrigerada y que por aquellos días era de los Fabiano). Brascó estaba de muy buen humor.  Cuando entró al restaurant todos los comenzales acompañantes estábamos esperándolo, inclusive el Intendente de la ciudad. Todos de a uno lo iban recibiendo y saludando como la personalidad que era. Yo fui uno de los últimos. Irreverente, le pregunté: “¿Se acuerda de mi?”. El me miró intentando saber no tanto saber que era yo sino porque debería recordarme. Le dije: “El del Vino nicoleño”. Y en voz alta, delante de todos, y con una generosidad infinita se despachó: “Si, lo leí, es buenísimo”. Yo no debería estar contando esto ahora. Cierto pudor debería impedírmelo. Pero derribo sin vergüenza todas mis barreras éticas y lo digo porque  encontrar al lector modelo es siempre muy fuerte y, para que negarlo, me llenó de un pueblerino orgullo.
Esa noche, durante el evento de degustación estuvimos agarrados del brazo recorriendo los stands y charlando de las cosas que suceden alrededor del vino. Ahí me confesó que, más que un catador, era un escritor que escribía sobre vinos, que durante 30 años tomó vino común muchas veces con soda y que se impuso deliberadamente la misión de defender el sabor del típico vino argentino para comer ante el vino del nuevo mundo que, como todo producto globalizado, estandariza.  Me propuso el negocio de guardar vino ya que ningún bodeguero lo hace más y se prestó a una larguísma entrevista para el programa El Viajero a la que exprimí desaforadamente, me contó su clásico chiste sobre la forma de degustar un vino en una fiesta (hay que mirar la copa, girarla, olerla, probar el vino, escuchar lo que dice el de atrás tuyo y después repetir lo mismo) y después no nos vimos más.
Hace un par de años otra vinoteca, con la que no comulgo, lo trajo de nuevo. Lo rastrié para saludarlo antes de que empezara el evento. Estaba sentado en un sillón del lobby del hotel donde se alojaba. Era un rincón no muy iluminado, aunque daba a la calle. Creo que estaba leyendo algo. Me acerqué y lo saludé. Me miró con su cara seria, que siempre es actuada pero esa vez no, y me devolvió el saludo. Me quedé mirándolo unos segundos, como esperando que me recordara. El también me miró como esperando que me fuera. “¿Brascó, no se acuerda de mi, el del Vino nicoleño?”. “No”, dijo y me despidió con un “buenasnoches”. Ese fue nuestra despedida definitiva, aunque aquella vez yo todavía no lo sabía.


domingo, 11 de mayo de 2014

Los usos de Hoggart

Veinticinco años después pude comprar el libro La cultura obrera en la sociedad de masas, de Richard Hoggart. Lo conocí en alguna materia de la Licenciatura de Comunicación Social, cuando cursaba la carrera en la Universidad de Rosario. Hoggart es el creador del Centro de Estudios Culturales de la Universidad de Birminghan y pertenece a la corriente de la Nueva Izquierda Británica de fines del cincuenta y principio del sesenta. Es un libro ya clásico que describe de manera casi etnográfica la vida cultural de los obreros ingleses de post guerra.
El título original es The Uses of Literacy. Fue publicado en 1957, y es el resultado de reflexiones, análisis y estudios con gran influencia de los cursos de literatura para obreros adultos que dictó a partir de la década del cincuenta. Marcó una ruptura con otras formas de acercamiento a los estudios de la sociedad debido en parte a que aplica los métodos de los estudios literarios a  la cultura de masas y se postula también como una introspección, ya que Hoggart proviene de una familia obrera con todos sus arquetipos.
Confieso que lo busqué durante años incansablemente en Internet para bajarlo gratis pero no lo encontré. Lo hallé ayer en la Feria del libro de Buenos Aires. Es la edición 2013 de la editorial Siglo XXI. El stand estaba repleto de libros escritos por autores de izquierda y tuve que hacer una larga cola para pagarlo. Señal de que, a pesar que nunca ganan las elecciones, estas ideas están muy vivas en la Academia. En la tapa un obrero, aunque se parece más a un Zazous, está leyendo el libro Los amores de lady Chatterley, esa literatura barata que se escribía para consumo masivo y que la clase proletaria tragaba a pleno. La imagen no es arbitraria ya que Hoggart, quien dijo que escribió este libro pensando en el consumo cultural de su propia familia y casi con una intención autobiográfica, fue testigo experto en el juicio por la  publicación del libro que en su tiempo fue considerado obsceno por exhibir relaciones sexuales de manera explícita.
En la facultad lo vi citado en bibliografías, leí segmentos muy pequeños publicados en Internet y sobre todo reseñas. Para dar los Estudios Culturales los docentes nos sugerían  leer fotocopias de libros de Raymond Williams. En la biblioteca de Comunicación tampoco estaba a pesar que la primera edición en castellano de editorial Grijalbo, México, es de 1990 y en 1970 había sido publicado en francés con el título La culture du pauvre, por editorial Minuit. Eso acentuó más mi curiosidad por leer de primera mano las costumbres de los obreros británicos que después del trabajo se iban al pub o que compraban en el metro libritos baratos para sus esposas. Pero en realidad quería leerlo para trasladar ese modelo a un análisis personal de la cultura obrera en San Nicolás, que es una ciudad industrial formada por provincianos, es decir un laboratorio.Si bien no se pueden extrapolar las experiencias quería, al leerlo, sumergirme en ese clima, o ese "tono" como lo diría el propio Hoggart. Entender porque esas familias obreras englobadas en la categoría de "Somiseros" disfrutaban tanto de los excesos del vino barato, del asado grasoso, de la música estridente, de los bailes cadenciosos, de las noticias estrafalarias, de los chismes, de los adornos disonantes, de las películas sencillas, de los espectáculos mal iluminados, de la guitarra rasgada, y de las camisas de polyester. De la literatura no, porque ahí nadie leía, ni siquiera libros malos, y el que leí lo hacía para diferenciarse. Entender qué visión del mundo subyace en todo eso, hallar algún sustrato que me permitiera encontrarle un sentido a esa forma de ser que siempre descalificaba. Necesitaba descubrir lo supuestamente valioso de esa forma de ser ya que era imposible que lo valioso estuviera en la apariencia. Algo escondido a lo que yo no podía acceder. Que no eran solo vulgaridades, sino que, debajo de cientos de capas geológicas, había un tesoro. Nunca lo logré con mis escasas categorías adolescentes que viraban de la angustia a la vergüenza. Y también tratar de entender porque muchos de nosotros, sus hijos, no fuimos así, porque nos gustan tanto los punteos y porque la literatura es para nosotros un fin. Estaba seguro de que la respuesta estaba en el libro de Hoggart, quizá porque él también lo escribió para develar esos tesoros.
El libro finaliza con una ya clásica entrevista que le hizo (a él a Raymond Williams) Beatriz Sarlo en el año 1979 para su revista Punto de Vista, la publicación que introdujo los Estudios Culturales en Argentina, modelo que formó intelectualmente a Sarlo, Nestor García Canclini y Jesús Martín Barbero, entre otros. Hay dos segmentos que quiero destacar. El primero dice: "Me he preguntado muchas veces por qué un hombre se pone a escribir. Creo que básicamente porque quiere llegar a entender sus propias experiencias y, solo en un segundo momento, para comunicar a otros su texto. Puede parecer que lo que escribe es, en apariencia, no social, pero siempre revela mucho sobre lo que se piensa y las nociones que se tiene sobre la sociedad". Para más adelante aclarar: "No estoy espontáneamente inclinado hacia un interés por la forma, y en ese aspecto debo vigilarme con mucho cuidado porque tiendo a no considerarla con la debida atención. Y cuando pienso al respecto, debo empezar diciendo: la literatura no es sociología, no es un mero comentario sobre la naturaleza de la vida ni de la sociedad, sino que tiene que ver con la forma. La cuestión formal es sin dudas una de las más arduas, pero hay que comenzar recalcando que un poema es un poema y no otra cosa; que es, precisamente, una forma." No puedo diferenciar ahora si esa forma de pensar me modeló o si la reconozco ahora, como después de un sueño, como mi modelo, pero ciertamente estoy ahí, todo el tiempo luchando con esa dicotomía y advertir que Hoggart la asume con tanta armonía me tranquiliza.
Hoggart falleció hace poco, el 10 de abril de 2014, a los 95 años, quizá si me hubiera esmerado un poco también podría haberlo conocido.


jueves, 1 de mayo de 2014

Otra de Perón

Estaba leyendo en el suplemento Ñ de Clarín una nota sobre la revista Babel. Hablaba Caparrós, entre otros. En la nota se reeditaba el encono de los editores de la revista contra Soriano y Sacomano. Y recordé una anécdota que conectó con el San Nicolás de los 90.
Había un grupo de personas interesadas por cosas del arte y de las ciencias sociales que quiso generar una Universidad Abierta al estilo de una que existía en Rafaela. Fue una experiencia muy interesante para mí que regresaba de una estadía voluntaria en Buenos Aires, donde había tomado  clases de oyente en las cátedras de literatura de la UBA. Lo tuve de profesor a David Viñas y a Margara Averbach. Estaba muy ilusionado con ese campo y escuchar en vivo esos discos siempre colabora. Ya en San Nicolás, de vuelta, me topé con estas personas que para iniciar su proyecto trajeron a Horacio González y a Martín Caparrós. Horacio González disertó en el Centro Vasco y recuerdo que habló mal de Martín García, (al que identificó como nicoleño), por sus ideas del “hacer” en comunicación. A Martín Caparrós lo llevaron al bar El Roque, que era un templo de la poesía bohemia local, con sabiondos y suicidas, donde paraban, entre otros el poeta Astul Urquiaga. El bar El Roque estaba en la esquina de Sarmiento y Nación. Era un típico bar de borrachines. De personas que muy bien pueden convertirse en personajes si no fuera porque su charla es repetitiva y acuciante. Pero de repente, entre los bebedores sin sentido, se mezclaron otros que escribían poesía. Eran personas que vivían por ahí cerca y se iban a hacer el vermucito o la picada a ese bar y allí meditaban en voz alta sobre el río, el horizonte y todo lo que se vislumbraba desde la barranca. Algunos, como Astul se habían adentrado a la isla y desde allí declamaban. El bar tenía esa resonancia. Era la ilusión de que San Nicolás era una ciudad de poetas. Nosotros íbamos ahí a tomar algo antes de entrar al boliche. Algunos se burlaban de los habitués. Otros nos esmerábamos en encontrarle cierta magia, que solo después apareció con la distancia. No sabíamos en aquel entonces que esa magia solo podía nacer del relato.
Ahí lo llevaron a Caparrós. No al Colegio de Abogados ni a la Asociación Cultural Rumbo. Pensaban quizá que Caparrós era un bohemio o que sus palabras heterodoxas  (recuerdo que hablo mal del Boom y del realismo mágico) tendría allí la escenografía adecuada. Pero, por esas cosas que tienen los intelectuales progresistas los organizadores pidieron al dueño del bar que mientras durara la charla sacara a los borrachines, es decir a los inquilinos habituales del lugar, ya que podrían interrumpir al ilustre invitado con sus ocurrencias. A Caparrós lo sentaron en una de las mesas diminutas, en la mitad del salón, mirando a la vidriera. Todo el resto nos sentamos en semicírculos frente a él y de espaldas a la calle. Debe haber sido verano, o el pudor del dueño tuvo un límite ya que no dio para cerrar las puertas. El pacto estaba claro entre dueño y clientes: mientras durara la charla nadie entraba a pedir un vino. Casi todos los habitués se resignaron y eligieron otro bar para pasar el rato. Menos uno. Uno que se quedó mirando y escuchando y tratando de interpretar que significaba esa puesta en escena. A los intelectuales locales los conocía. No eran los habitués del bar. Ellos iban a otros reductos, donde la luz no era de tubo y el Gancia se servía con limón. La cuestión es que el borrachín desalojado se quedó apoyado en la pared del lado de afuera, con media cabeza adentro, tolerando el desplante, las palabras incomprensibles y la sed. En un momento de la charla Caparrós mencionó a Perón. Y como si el borrachín hubiera estado esperando que se infringiera ese límite de tolerancia advirtió hacia adentro: ¡Con Perón, no!
Casi nadie se dio cuenta. En  mi la frase quedó grabada como un chispazo de vida.
Años después Pablo Makovsky le contó la anécdota a Caparrós pero no se acordaba.